Cuenca Inédita XII: La Natividad de Carrascosa del Campo.
En el año de 1578 los vecinos de Carrascosa, que fue del Sexmo del Campo de la ciudad de Huete, contestaban así a la Relación del...
En el año de 1578 los vecinos de Carrascosa, que fue del Sexmo del Campo de la ciudad de Huete, contestaban así a la Relación del Gran Felipe: "En esta villa hay una iglesia muy principal de tres naves, con sus bóvedas, toda de cal y canto, y con su torre, como queda nombrado. Está tenida por una de las mejores que hay en el Obispado de Cuenca. Está bien adornada de cruces y ornamentos de seda y brocado, y carmesí y otras cosas". La iglesia de la Natividad de Carrascosa es una de esas joyas de la arquitectura provincial que pasa desapercibida de puro cercana y accesible, junto a una autovía que a diario ve circular un tropel de turistas particulares y grupos organizados.
El siglo XVI fue bueno para Carrascosa. La población todavía recordaba mucho tiempo después las alteraciones que supuso la Guerra de Sucesión Castellana y el advenimiento al trono de la reina Isabel. Después el crecimiento fue sostenido y acelerado. A mediados de siglo contaba con casi setecientos vecinos (unos tres mil y pico habitantes). En 1537 logró el villazgo del Emperador Carlos, y también mantenerse en el realengo. Junto con la incorporación de términos despoblados y la práctica roturación del nuevo alfoz, todo redundó en un periodo de activo crecimiento y prosperidad, momento en el que la población acometió su nueva iglesia parroquial.
Las obras comenzaron hacia el año 1500, con el cambio de siglo. El promotor fue el licenciado Miguel de Carrascosa, natural de la población, cura y canónigo de la Catedral de Cuenca, arcediano de Moya, señor de Balazote y gobernador del Obispado de Cuenca en una época de prelados absentistas. Don Miguel (que contaba con unas holgadas rentas de unos 5000 ducados al año) se encargó de pagar a maestro y operarios, mientras que la localidad corría con el suministro y acarreo de materiales.
La iglesia se inicia a cargo de un primer maestro desconocido, que traza una iglesia ya con claros elementos renacientes (como la planta, la cabecera plana o los fustes cilíndricos), pero arcaica en el tratamiento del alzado, con tres naves de diferente altura, cubiertos por crucerías simples y por terceletes, con regusto gótico. En este momento se labran las dos primorosas portadas, a sur y a poniente (oculta ésta a interior y exterior en un cuarto de servicio). Las portadas, todavía de pleno gótico isabelino, se las debemos probablemente a otro artífice todavía más apegado que el anterior a las viejas tradiciones constructivas locales.
Esta primera fase (en la que se levantaron los cinco tramos de las naves, la mayor parte del edificio) tuvo que prolongarse hasta los primeros años de la década de 1530, en que la obra debió detenerse para arrancar de nuevo unos años después. Quizás el parón tuvo que ver con la muerte de Miguel de Carrascosa, ocurrida hacia 1531 (la misma fecha que aparece en uno de los florones de bóveda). El maestro del segundo periodo de obras, Juan Pérez de Azqueta, introduce soluciones renacentistas más avanzadas en la cabecera, pero adaptándose a lo construido (por ejemplo, en la menor altura de las naves laterales) para mantener una magnífica unidad de conjunto.
Resulta extraño que la cabecera sea la parte más moderna del edificio, cuando lo habitual es lo contrario. Hay rasgos que evidencian que las trazas se rectificaron, como la mayor potencia de los cuatro pilares inmediatos a la cabecera, destinados a sostener una estructura diferente a la bóveda que luego se entregó. De esta segunda fase también es la airosa torre (en la que se documenta al cantero Martín de Homa) y la tribuna, que era lo único que estaba por terminar en 1569. El retablo mayor ya estaba colocado por entonces. En 1571 ya la dan por completamente terminada, salvo detalles menores y deudas pendientes, que los tiempos ya devenían menos prósperos.
La última guerra civil la despojaría de retablos, imágenes, órgano y ornamentos, reduciéndola a pura arquitectura, que es como la vemos hoy en día. Un precioso espacio interior, al fin y al cabo. Otro hito, esta iglesia de Carrascosa del Campo, que en otras latitudes haría décadas que disfrutaría de un uso turístico intensivo con un sistema de visitas organizado.
Aquí, queda para viajeros en busca de lo inédito, como tantos y tantos lugares en las inéditas tierras de Cuenca.
El siglo XVI fue bueno para Carrascosa. La población todavía recordaba mucho tiempo después las alteraciones que supuso la Guerra de Sucesión Castellana y el advenimiento al trono de la reina Isabel. Después el crecimiento fue sostenido y acelerado. A mediados de siglo contaba con casi setecientos vecinos (unos tres mil y pico habitantes). En 1537 logró el villazgo del Emperador Carlos, y también mantenerse en el realengo. Junto con la incorporación de términos despoblados y la práctica roturación del nuevo alfoz, todo redundó en un periodo de activo crecimiento y prosperidad, momento en el que la población acometió su nueva iglesia parroquial.
Las obras comenzaron hacia el año 1500, con el cambio de siglo. El promotor fue el licenciado Miguel de Carrascosa, natural de la población, cura y canónigo de la Catedral de Cuenca, arcediano de Moya, señor de Balazote y gobernador del Obispado de Cuenca en una época de prelados absentistas. Don Miguel (que contaba con unas holgadas rentas de unos 5000 ducados al año) se encargó de pagar a maestro y operarios, mientras que la localidad corría con el suministro y acarreo de materiales.
La iglesia se inicia a cargo de un primer maestro desconocido, que traza una iglesia ya con claros elementos renacientes (como la planta, la cabecera plana o los fustes cilíndricos), pero arcaica en el tratamiento del alzado, con tres naves de diferente altura, cubiertos por crucerías simples y por terceletes, con regusto gótico. En este momento se labran las dos primorosas portadas, a sur y a poniente (oculta ésta a interior y exterior en un cuarto de servicio). Las portadas, todavía de pleno gótico isabelino, se las debemos probablemente a otro artífice todavía más apegado que el anterior a las viejas tradiciones constructivas locales.
Esta primera fase (en la que se levantaron los cinco tramos de las naves, la mayor parte del edificio) tuvo que prolongarse hasta los primeros años de la década de 1530, en que la obra debió detenerse para arrancar de nuevo unos años después. Quizás el parón tuvo que ver con la muerte de Miguel de Carrascosa, ocurrida hacia 1531 (la misma fecha que aparece en uno de los florones de bóveda). El maestro del segundo periodo de obras, Juan Pérez de Azqueta, introduce soluciones renacentistas más avanzadas en la cabecera, pero adaptándose a lo construido (por ejemplo, en la menor altura de las naves laterales) para mantener una magnífica unidad de conjunto.
Resulta extraño que la cabecera sea la parte más moderna del edificio, cuando lo habitual es lo contrario. Hay rasgos que evidencian que las trazas se rectificaron, como la mayor potencia de los cuatro pilares inmediatos a la cabecera, destinados a sostener una estructura diferente a la bóveda que luego se entregó. De esta segunda fase también es la airosa torre (en la que se documenta al cantero Martín de Homa) y la tribuna, que era lo único que estaba por terminar en 1569. El retablo mayor ya estaba colocado por entonces. En 1571 ya la dan por completamente terminada, salvo detalles menores y deudas pendientes, que los tiempos ya devenían menos prósperos.
La última guerra civil la despojaría de retablos, imágenes, órgano y ornamentos, reduciéndola a pura arquitectura, que es como la vemos hoy en día. Un precioso espacio interior, al fin y al cabo. Otro hito, esta iglesia de Carrascosa del Campo, que en otras latitudes haría décadas que disfrutaría de un uso turístico intensivo con un sistema de visitas organizado.
Aquí, queda para viajeros en busca de lo inédito, como tantos y tantos lugares en las inéditas tierras de Cuenca.
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